Tutankamón,1 llamado en vida Neb-jeperu-Ra Tut-anj-Amón,2 3 fue un faraón perteneciente a la dinastía XVIII de Egipto, que reinó de 1336/5 a 1327/5 a. C.4 Su nombre original, Tut-anj-Atón, significa «imagen viva de Atón», mientras que Tut-anj-Amón significa «imagen viva de Amón». Es posible que Tutankamón sea el rey Nibhurrereya de las cartas de Amarna, y probablemente el monarca denominado Ratotis, Ratos o Atoris, que reinó nueve años, según los posteriores epítomes de la obra de Manetón.5
Si bien formalmente se define que la Dinastía XVIII finaliza con el reinado de Horemheb, se puede afirmar con un alto grado de certeza que el joven Tutankamón fue el último faraón de sangre real de la dinastía. Ascendió al trono después del periodo de Amarna y devolvió a los sacerdotes de Amón la influencia y el poder que habían poseído antes de la revolución religiosa y política de Akenatón. Durante su corto reinado estuvo en manos de Ay y Horemheb, que se repartieron el poder: Ay administró Egipto y Horemheb manejó el ejército.
Su reinado se caracterizó por un retorno a la normalidad en el plano
socio-religioso después del interludio protagonizado por el monoteísmo
de Akenatón. Dicho retorno fue paulatino, restaurando el culto en los
templos abandonados de dioses como Amón, Osiris o Ptah,
colocando en funciones a la casta sacerdotal y permitiendo la
celebración de los ritos pertinentes. En el plano artístico, los cánones
inaugurados bajo la égida de Amarna
seguirían fluyendo hasta fundirse con los patrones tradicionales del
arte egipcio. En las imágenes oficiales, la imagen del joven rey sería
enfatizada constantemente junto a su Gran Esposa Real
conjugando la herencia visual de Amarna (las imágenes de intimidad
familiar de la pareja real visibles en tronos, sillas, cofres, etc.,
encontrados en la tumba real) con el mensaje político oficial de continuidad de la dinastía, claramente visible por la profusión de imágenes de Anjesenamón.
Tutankamón no fue un faraón notable ni conocido en épocas antiguas; el tamaño relativamente pequeño de su tumba (KV62) fue la razón de que no fuera descubierta hasta el siglo XX.6 Howard Carter
la encontró intacta en 1922. Su descubrimiento y los tesoros
encontrados en ella tuvieron cobertura mundial en la prensa y renovaron
el interés del público por el Antiguo Egipto,
convirtiéndose la máscara funeraria del faraón en la imagen más
popular. El hallazgo de su tumba, casi intacta, fue un aporte
fundamental para la comprensión de la historia y cultura egipcia.
Posibilitó sacar a la luz una cantidad apreciable de joyas, muebles,
armas y variados utensilios; permitiendo esto ampliar el conocimiento de
la civilización egipcia.
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